No nacemos sabiendo. Ni a andar, ni a utilizar la cuchara, ni a conducir un coche, ni a cocinar ni, por supuesto, a hablar. Cada día de nuestra vida desde el segundo mismo en el que nacemos, supone un aprendizaje silencioso que nos permite ir adquiriendo las distintas habilidades que necesitamos para sobrevivir. Asumiendo, por supuesto, que nacemos con cierta predisposición genética, serán las distintas experiencias que vayamos sumando a lo largo de los días, las que nos harán desarrollar más unas habilidades u otras. Indudablemente, la persona que nace en una familia de músicos, tendrá más facilidad para adquirir ciertas habilidades relacionadas con la creatividad. La persona que crece en una familia a la que le gusta mucho viajar, desarrollará más habilidades sociales. Y así sucesivamente… Cada paso, cada movimiento que hacemos en nuestra vida, determina las habilidades que adquirimos. Y la oratoria, o el arte de hablar en público, no es diferente. Imaginemos dos hermanos de una misma familia: mismo patrón genético y misma educación. En un momento determinado, uno de los dos decide apuntarse a fútbol y el otro a teatro… ¿cuál de los dos creéis que desarrollará más las habilidades oratorias? El hermano que va a fútbol desarrollará más el trabajo en equipo, la coordinación, la forma física… mientras que el hermano dedicado al teatro, desarrollará más la capacidad de hablar en público y transmitir emociones.

Aproximadamente un 10% de nuestras habilidades oratorias son innatas. El resto, un 90%, son adquiridas. Esto significa que seremos adultos con mayor o menor capacidad de palabra, dependiendo de las distintas experiencias que hayamos sumado a lo largo de nuestra vida, y las oportunidades que hayamos tenido para desarrollar esta disciplina.

La buena noticia es que, si formas parte de ese 70% de los españoles a los que les da pánico hablar en público, puedes superarlo. Piensa en la primera vez que cogiste un coche sin tener ni idea… ¡era terrorífico! Y ahora… ¿qué te supone conducir cada día? Nada, porque ya sabes. Sientes que tu controlas la máquina, que conoces el terreno y que sabes el camino que tienes que recorrer, y eso te aporta la tranquilidad necesaria como para hacerlo sin ninguna preocupación y siendo capaz, incluso, a veces, de disfrutarlo. Con la oratoria, o el arte de hablar en público, ocurre exactamente lo mismo.

Nos da pánico enfrentarnos a una situación para la que no se nos ha preparado. A pesar de que necesitamos ser capaces de comunicar día a día en nuestro entorno profesional, el sistema educativo no nos enseña a hacerlo.

Nadie nos dice cómo motivar a un equipo, cómo exponer ese proyecto o cómo dar un discurso sin que el corazón se me salga del pecho… y sin dormir a las butacas. No es fácil, porque nadie nos ha enseñado a hacerlo. Pero, al igual que todo lo demás que hacemos en nuestra vida, se puede aprender.

Si sientes que te dan un mal día cada vez que te planifican una charla, si tienes la sensación de que tu equipo no te entiende, si pasas por alto oportunidades por no exponerte públicamente, si sabes que no levantarás la mano para preguntar porque te mueres de la vergüenza, si rezas para que no te toque leer las peticiones en la boda de un amigo… ¡enhorabuena! El primer paso es identificar que tenemos una limitación. Decidir cambiar esto, y hacer del arte de hablar en público una ventaja, en lugar de un inconveniente, es el segundo paso. ¿Te animas?