A menudo, cuando preparamos un discurso, una de las cuestiones que más preocupa a los oradores es la de la mirada: ¿a dónde miro cuando hablo? En los últimos meses, con la proliferación del teletrabajo y las videoconferencias online, la cuestión vuelve a replantearse esta vez, además, con ciertos inconvenientes técnicos añadidos.

Vayamos por partes.

Como elemento de nuestro lenguaje corporal, la mirada (que encierra toda una ciencia llamada “oculésica”) juega un papel fundamental. A través de la vista, no sólo conseguimos saber dónde estamos o cuántas personas nos están escuchando, y cómo, sino que conectamos, casi de forma literal, con nuestra audiencia a un nivel mucho más profundo.

Seguro que habéis escuchado aquello de que “la cara es el espejo del alma”. Bien, pues los ojos, son el cristal que permite ese reflejo. La mirada adquiere un tinte especial cuando estamos ilusionados o contentos y se apaga o se oscurece cuando estamos tristes o cansados. Quizás no sabemos porqué pasa o no somos capaces de explicar la teoría, pero lo cierto es que la mayoría somos capaces de detectar estos matices en la mirada de los demás. Y más allá de eso, es a través de la mirada como conectamos con los demás. Los ojos del que hablan parecen hablar a los ojos del que escucha.

La mirada adquiere un tinte especial cuando estamos ilusionados o contentos y se apaga o se oscurece cuando estamos tristes o cansados.

Las personas se miran más cuando se quieren, cuando se llevan bien o hay interés entre ellas. Por el contrario, cuando dos personas se llevan mal, esconden algo o están enfadadas, evitan mirarse.

Como han venido estudiando numerosos autores desde los años 70 (Birdwhistell, Turchet, Eckman…) existen dos tipos de mirada: la social y la de intercambio. Cuando estamos demasiado lejos de la otra persona para hablar, la mirada de intercambio se encarga de que nos entendamos. Cuando nos acercamos, la mirada social se encarga de subrayar y apoyar las palabras, y pasa a tener una función de acompañamiento (cuidado aquí, pues mientras se dice la verdad, la mirada acompasa, pero cuando se miente, delata).

En cualquier caso, ambas miradas permiten a nuestro interlocutor saber que nos dirigimos a él y, por consiguiente, le hace sentirse partícipe de la comunicación. Esta es una de las primeras claves que hace que dirigir bien la mirada durante nuestra intervención sea tan importante.

Intervenciones presenciales

Punto de partida: olvida todo lo que hayas escuchado sobre mirar a un punto vacío en el infinito o dejarte cegar por los focos.

Aunque es cierto que una mirada sostenida, durante más de diez o quince segundos, puede hacer que la persona a la que miramos se sienta incómoda y violentada, es fundamental mirar al público mientras hablamos.

Cuando estemos en aforos reducidos, debemos intentar repartir la mirada entre todos los asistentes, con intervalos cortos de duración. De esta manera, no sólo se sentirán más implicados en la conversación, si no que podrás comprobar cómo están: si te escuchan, si te entienden o si están incómodos. Y es que tan importante es la mirada del que habla como la del que escucha.

Tan importante es la mirada del que habla como la del que escucha

Si por el contrario, estamos en un aforo más grande y las caras se pierden, podemos repartir la mirada por sectores o cuadrantes. Divide el espacio en 3 ó 6 cuadrículas (según lo grande que sea la sala) y reparte la mirada en estos grupos. Las personas tenemos cierta tendencia natural a mirar a un lado más que a otro (derecha o izquierda de nuestra cabeza); lo importante es intentar repartir esa mirada y que ninguna parte del auditorio se sienta abandonada.

Intervenciones Online

Teniendo en cuenta todo lo anterior, las intervenciones online a través de videoconferencias, o cualquier otro formato, están abriendo un importante reto para todos aquellos oradores que se esfuerzan por mantener la conexión con su público.

¿Cómo puedo mantenerles la mirada si no los veo?¿Y si los miro a la cara, ellos sentirán que miro hacia otro lado?¿Cómo puedo saber si me siguen si miro a la cámara?… Los problemas y las cuestiones que se acumulan en torno a este tema, son muchas, es cierto. Pero, mientras la tecnología no nos aporte soluciones mejores y más asequibles, tenemos que intentar jugar lo mejor posible con lo que tenemos.

Cuando la intervención es grabada y la audiencia la verá a posteriori, no hay duda: miramos a la cámara mientras hablamos. Nada de mirarnos a nosotros mismos en la pantalla, al PowerPoint o a los apuntes. Miramos directamente a la cámara para que, cuando ellos vean la grabación tengan la sensación de que los miramos a ellos.

La duda nos asalta cuando la intervención es en tiempo real. A un lado de la pantalla, la presentación, al otro, las caras de mi audiencia en tamaño muy pequeño. Sobre el ordenador, o en la parte superior de la pantalla, la cámara… ¿A dónde miro? Te adelanto ya que no existe una opción perfecta o, al menos yo, no he dado todavía con ella. La solución “menos mala” creo que es mirar la mayor parte del tiempo a la cámara, para que ellos se sientan conectados y, cada pocos minutos, mirar de soslayo y brevemente a la pantalla para ver cómo están, buscar gestos de asentimiento, o escuchar sus respuestas cuando les preguntes.

Tampoco te castigues si, de vez en cuando, tienes que bajar la mirada a los apuntes o a la presentación: no pasa nada, siempre que sea un gesto natural y breve.

Lo más importante en el entorno online es evitar perder la mirada de forma cuasi infinita en la pantalla, o divagar por los apuntes y el techo de tu habitación sin sentido para el que te observa.

En definitiva, ya sea de forma online o presencial, ser capaces de interactuar con la mirada de aquellos que nos escuchan es fundamental para mantenernos conectados, intercambiar emociones y conseguir que todos se sientan partícipes de la comunicación.

No hay nada peor que sentirte excluido de una conversación, aburrirte y que nadie lo perciba o sentir que el orador no ha tenido valor de mirarte a la cara para hacerte ver que de verdad siente lo que dice.

Como decía Philippe Turchet: “La palabra se toma, se da; ese gesto de toma y de don se efectúa mediante la mirada”.